Yo, la antítesis del cinismo
Pase por la vida y la muerte, pase por mil periódicos que documentaban mi vida, como si de una celebridad se tratase. Esos hipócritas querían dinero y no pensaban más allá de lo que les daría una misera publicación.
Aunque quién soy yo para juzgarlos, algún día yo también fui parte de esa porquería capitalista y neoliberal, de esa baja forma de pensar. Esclavo de un trabajo que no satisfacía, sino el puro deseo de sobrevivir, con las cadenas del qué dirán y los grilletes del dinero que me ataban a una moral estúpida que solo premia a aquellos con posibilidades.
Ya no, deje de ser así hace largo tiempo. Prefiero ser llamado loco, drogadicto, incluso estrella caída, a que esa filosofía me siga pisando los talones de vida que me quedan. Prefiero salir en aquellos pedazos de papel como un indigente más, a que una foto mía decoré la portada, prefiero dormir bajo un puente que vivir rotando en camas y sábanas como bien sabía hacer mi cuerpo.
Y a pesar de mis condiciones de vida tengo aún amigos, amigos que no ven superficialmente a un cuerpo vivo y roto, amigos reales que se preocupan por mí aunque no entiendo el porqué; me libere del país asqueroso para el cual soy un peón, me siento vivo y libre de viajar cuanto quiera, pero ellos no lo entienden. Qué más da, ellos siguen estando atados a aquella burbuja de lo normal, encerrados en su propio mundo de fantasía que creen con fervor, aunque no solo por eso les dejaré de apreciar, les he intentado abrir los ojos, sin embargo, la normalidad gana el 100% de las veces.
Así, aunque no lo crean, se vive mejor, por lo menos para mí se ve así, por lo que sigo drogándome bajo un puente cualquiera que me da refugio la noche que lo necesito, mientras se vuelven a escuchar murmullos asustados y las bellezas emperifolladas prefieren evitar pasar el puente por mi presencia bajo él. Si supieran quién soy, si siguiera siendo mi falso yo seguro que no pensarían antes de acostarse conmigo, me da rabia lo hipócrita que se puede llegar a ser, ojalá todos lo entendieran de una vez, entendieran que su vida perfecta está plagada de mentiras y mierda.
Apariencias, ojalá entendieran que todo son apariencias, así como mis amigos que iban a viajar al exterior, así como su hermosa casa en Bruselas, así como la vida que cada uno de nosotros llevamos.
Pensé que me había librado de la hipocresía, de las cadenas, de la esclavitud, pero con solo ver aquella hermosa casa y de recordar lo que se podía llamar suavidad, me volví a encadenar.
Quizá sus intenciones habían sido buenas, pero ya sabía yo que pensaban encerrarme nuevamente, volver a venderme, volver a atarme a lo que eran bienes materiales, engaños y fachadas falsas. Aun así caí en su juego, caí por querer ayudar y por desear un techo para las tormentas que se empezaban a presentar, por la comida deliciosa de la nevera y por la comodidad de darme una ducha con agua caliente. Caí de nuevo en las garras del capitalismo y se sentía pecaminosamente delicioso, deseaba volver, deseaba encadenarme una vez más, continuar con mis andanzas, contemplar el infierno desde la punta del Empire State.
Me ahogaba la necesidad de continuar viviendo así, me obsesionaba dejar mi filosofía y mis aprendizajes por una cama acolchada. El agua que caía a mi alrededor me alentaba a continuar así, me recorría como acariciándome para poder devolverme a mi yo anterior, el champú en mi cabeza hacía lo posible por no entrar a mis ojos y así no enojarme para volver a romper la burbuja que se fortalecía a mi alrededor, mi vista se nublaba cada minuto más bajo ese techo protector, mi convicción se alejaba con la suciedad de mi cuerpo, el hambre de justicia era saciada con la recién comprada comida, la soledad que me mantenía consciente era alejada por los gatitos que me maullaban persuadiendo de volver, todo empezaba a ponerse en mi contra.
¡No!, no lo iba a permitir, no deseaba volver a encerrarme en un cuarto de sonido o que las limosnas y el alcohol me alejan de mi conciencia depresiva, no necesitaba el agua caliente, no necesitaba la comida, todo lo que me hablaba dulcemente al oído era totalmente prescindible, mi cuerpo débil no podía flaquear. Tome una respiración casi profunda, pues el vapor me impedía la larga inhalación que necesitaba, reflexione por la urgencia quetenia de algo que me soltara de aquella vida de una vez por todas. Al final todo se resumió al cable de la ducha en mi cuello que me permitiría abandonar aquellas necesidades mundanas para poder trascender, ahora solo me quedaba confiar y caer.
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