Capgras

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 Mi mente se ha empezado a aclarar después de mucho tiempo, se dispersa la niebla que la rodeaba y me deja ver lo que siempre he estado ignorando. Ya sabía yo que no era normal, el temor que me invadía cada que ellos se acercaban a mí; o el rechazo, casi innato de mi cuerpo, a generar o mantener una relación con ellos.


No solo con ellos, con todos. Con los ojos que me inundaban cada que salía de la casa, con las voces que murmuraban cada vez que entraba al salón de clases; pero lo más problemático siempre serán ellos, los ojos que me vislumbraban nada más pasar la puerta de mi hogar. Aquellos marrones y azules orbes que me reprochaban, unos ojos desconocidos que me provocaban averción.


Siempre agradecía cuando, como ahora, no había miradas extrañas en esta vacía casa. Podía ir y venir entre las habitaciones nostálgicas tratando de reconstruir, aunque fuera un pequeño recuerdo de lo que alguna vez fue mi familia. Evocaba el olor de mis amados padres, y la sonrisa de mi hermanita con su peluche llamado Punco, también recordaba a mi hermano que decía ser mejor que yo en todo, y la verdad es que sí lo era.


Cuanto los extrañaba, debería haberlos amado, así no estaría como ahora, llorando por ellos mientras ingiero alimentos en una mesa de 5 desconocidos a los que debo tratar como mis seres queridos.


No lo valía, estar fingiendo con aquellos espías que deseaban sacarme información, andar compartiendo el pan con los que habían remplazado a mi familia, sentirme incómodo y triste, no tener a nadie con quien hablar porque mi mente había dejado de estar nublada y me había percatado de la realidad.

No lo valía.


No podía más con esto, mis recuerdos me inundaban, cada día estaba más acabado en lágrimas y sentía el peligro de que ellos ya me pensaban matar. ¿Qué podía hacer yo?, había anochecido y en este punto eran ellos o mi persona.


Saque mi navaja, la que mantenía debajo de la almohada, salí de mi habitación con cuidado y camine lento por el pasillo hasta la puerta final, trate de ser discreto y aun así las bisagras rechinaron, como si fueran avisando que alguien les iba a asaltar.


Gracias a Dios, estaban profundos, inadvertidos de que les había tomado la delantera, me daban ganas de reír, de gritar victoria; sin embargo aún era algo pronto para eso. Decidí entonces empezar por la señora que era la más ruidosa, me acerque a su lado de la cama y pase con cuidado mi brazo por debajo de su nuca hasta poder taparle la boca, luego le destaje el cuello de una sola cortada.


No sentía haber hecho ruido, pero por algo el señor se movió, mis alarmas se encendieron mientras las voces empezaban de nuevo a nublarme, no, respire hondo y me tiré sobre él, así no podría hacer nada.


La cama se encontraba teñida de rojo y la decoraban unas cuantas marcas de forcejeo. Me levanté apurado para lograr ir a la otra habitación, la siguiente víctima era mi supuesto hermano mayor. Al entrar noté que su puerta era más moderna, no hacía ruido y abría más rápido que la de mis padres; esta vez fui más rápido, porque este muchacho era alguien al que uno no podía darle tiempo de pensar, si llegaba a cometer ese error seguro que se lograba defender.


Alcancé el costado de la cama, alce el cuchillo, lo atravesé por la almohada con rabia y note que, como él siempre me había dicho, era más inteligente que yo.


Los pasos no tardaron en oírse, 2 pies corriendo a gran velocidad y una pequeña voz llorando mientras estaba siendo ahogada por algo. Iban a escapar, dirían a sus jefes que me había dado cuenta y no existía modo de atraparlos porque ya habían salido cuando yo di un paso afuera de la habitación.


El apartamento estaba en el primer piso, no tenían obstáculo alguno, irían por ayuda una vez. Yo no era el malo, era la víctima, pero me iban a culpar con esos rostros que habían robado, y todos les creerían por las caras de mis familiares que eran confiables.

Refunfuñando hice lo único que podía hacer, llegue hasta el sótano y salí por ahí, aún no se escuchaban las patrullas, pero seguro ya me estaban buscando; al volver a ver la luna me di cuenta de lo complicado que sería escapar, todos ya sabían lo que había hecho y todos estaban de su lado.


Los ojos de nuevo sobre mí, juzgando mis acciones y lamentándose por los mentirosos, los murmullos crecían a su vez, reclamándome por no poderlo haber hecho bien, las voces me pedían explicaciones de mis errores y me llamaban inútil por dejar ir a mis presas.


No quería escucharlas, simplemente no quería, ya había hecho lo que podía, ya lo había dejado todo por ellas y aun así no lo podía hacer bien. Nunca les logre agradecer por desanublar mi mente, por mostrarme el panorama como era en realidad, pedí perdón hasta arrodillándome, pero ni aun así me querían disculpar.


Y ahí llegó de nuevo, la voz de mi madre que me ayudaba a pasar tragos amargos como este, me explico por qué ellas estaban molestas, me enseñó a pedirles perdón, pidió su ayuda para alejarme de este mundo que me quería castigar y me guio con amor por un camino que me llevaría a un escondite donde nunca me podrían encontrar nuevamente, un escondite que solo ellos conocían.


Ella era la que me daba paz, tranquilidad, aunque no lograba borrar del todo aquellas miradas oscuras que me seguían mientras más caminaba. En un momento fueron tantas que no aguante, me agarre de la baranda y me agache para no tener que vomitar, el terror que me daban no me dejaba vivir, no me permitía respirar.


Sentí sus manos acariciando mi espalda, con ternura que solo ella me podía demostrar, me dio palabras de cariño, de amor puro para que me pusiera en pie de nuevo y con eso me logré componer después de algunos minutos. Era momento de ir al escondite, de desaparecer para siempre; así ellos no me volverían a encontrar.


Ella me dio el empujón que necesitaba y luego me acompañó para que no tuviera más temor, su voz dulce me cantaba canciones de noche y me mimaba mientras esperaba que me uniera a ella.


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