El Ururofen

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En un gran bosque de amplia extensión, a las afueras de la ciudad, pero aun manteniendo contacto con ella, existe una pequeña mansión; te topas con esta cada que vas en el camino rural de París a Orleans. Se nota destartalada y a punto de caerse, por esto es la atracción predilecta para los jóvenes universitarios que quieren una experiencia terrorífica; estos tienen un ritual que consiste en contar la historia de esta mansión al atardecer y quedarse rondando la morada lo que quede de la noche.


La historia contada va así: “En esta mansión existía una familia de 4 personas, padre, madre y dos hermanos; ellos poseían el dinero para tener sirvientes a como diera lugar. Lamentablemente la familia no sabía que la casa había sido construida sobre un cementerio, así que cada que un objeto era movido o alguno de la familia despertaba amoratado le encontraban una explicación racional. Se dice que un día uno de esos espíritus resentidos atacó a la familia, aburrido de que no lo dejaran descansar, poseyó a la ama de llaves y mató a todos en la casa; las almas de la familia se quedaron atrapadas con los demás espíritus”


La historia siempre me pareció algo interesante, pero llena de incongruencias, cada que pasaba por ese lugar, me preguntaba cuál había sido el verdadero destino de aquella familia. Con la gigantesca curiosidad que me inundaba le comente a mi abuela pues al haber vivido en el momento de la tragedia de Brienne seguro que sabía la verdad, ella no vaciló en aclarar la historia. No sé asimilaba ni un poco a lo contado por esos adolescentes valerosos.


Era verdad que la familia de Brienne era muy rica y tenía muchos sirvientes, empezó mi abuela, yo fui una criada allá, me encargaba de hacer el aseo y no fue hasta que la niña menor empezó a alejarse de todos que vi alguna anormalidad. La sociedad en general solía ser cruel con ella, por lo tanto a nadie extrañó que empezará a llegar más tarde de lo normal por pasar tiempo en un claro que estaba cercano a la casa, además nadie se preocupó debido a que siempre que volvía nos contaba, a los sirvientes, de todas sus aventuras con las liebres y los venados que casualmente aparecían frente suyo mansos como ovejas. Siempre con una sonrisa iluminada contaba como correteaba esas criaturas y luego nos mostraba los rasguños o moretones de sus juegos con los animales salvajes.


Cuando empezamos a ver más golpes de los que podíamos ocultar decidimos enseñarle a alimentar a los animales para que no la maltrataran, no me malentiendas hijo, me comentó en advertencia, no quisimos que ella dejara esa sonrisa que apareció aquel año, amábamos que fuera feliz y no se nos pasó por la mente que provocaríamos una gran tragedia, sólo eran animales.


Después de ese rápido comentario continuó la historia. Yo empecé a ir con ella al claro para enseñarle todo lo que debía saber, llevaba zanahorias y lechuga para las pequeñas liebres y de camino al claro le decía a Sofie, que era como se llamaba, que debía tomar para alimentar a los venados por si se aparecían, la niña, aunque con asco siempre tomaba lo que yo le señalaba y con el tiempo volvimos a dejarla ir sola por pedido de ella.


Pronto pasaron los años y Sofie no perdía la costumbre de reunirnos a contarnos sobre el claro, se convirtió en una clase de rutina, pero aquel año, oh, ese año, se lamentó la anciana con nostalgia; sigo sin entender como no lo notamos, todo demostraba que algo malo pasaba, se lamentó un poco más y después de un sorbo de agua que se había servido hace un rato comentó, supongo que la costumbre de verdad nos cega a veces. Las historias empezaron a desvanecerse y cada vez que nos contaba una aparecía eso, la primera vez que nos comentó de él todos pusimos una cara extrañada, nadie entendió a qué se refería, quizá por eso dejó de relatarnos sus aventuras.


La rutina era igual, solo que la niña, ahora jovencita, cada vez llegaba más tarde, a veces tenía tintura roja en su falda, tinte que jurábamos eran frutas de zumaque, pequeños frutos rojos que abundaban en el claro, pues ella a menudo se sentaba sin cuidar en donde. 


Llegó mitad de año, en ese tiempo sólo me hablaba a mí y la distancia de sus narraciones oscilaba entre medio mes y uno entero. Me empecé a preocupar, no sé ni cómo logré darme cuenta, supongo que por el instinto maternal que sentía por ella, por eso mismo la seguí hasta el claro unas cuantas veces sin que lo notará. Sofie tomaba a las liebres entre sus brazos y las alimentaba mientras se sentaba sin preocuparse por ensuciarse, siempre hablaba sola y se quejaba con eso, creo, después se iba de mal humor a la casa más temprano de lo normal estos meses. Me pareció que la niña podría estar enferma de la cabeza, pero no dije nada, algo me retenía de hacerlo y ese algo eran los padres estrictos e hipócritas de la niña.


Este comportamiento duró hasta dos meses adelante; era agosto y las hojas empezaban a danzar en el suelo era difícil seguirla sin que se diera cuenta y por eso no insistí más en el tema, el bosque, aunque con normalidad lucía terrorífico se hacía peor con la llegada del otoño y a pesar de ello créeme hijo, jamás vi ese bosque tan aterrador como lo fue aquel otoño; de alguna manera el bosque te repelía, nos repelía.


Esta atmósfera nos empezó a incomodar a todos, los turistas no se acercaban, la familia comenzó a enfermar por el ambiente, así empezaron a sopesar el mudarse de casa antes de que llegara el invierno, pues según ellos el frío en la mansión era lo que nos afectaba. Esto no te lo había dicho hijo, pero además de los padres y el hermano de Sofie, las 2 parejas de tíos siempre visitaban la casa, llegaban temprano y se iban tarde, ellos se podrían mudar si quisieran y seguiría todo normal porque pasaban todo su tiempo ahí dentro.


Y porque te cuento esto te preguntaras, pues presta atención, Sofie ese día llegó después de la escuela, directamente a casa, cosa que sorprendió a todos; sus tíos estaban encantados y la invitaron a un pícnic en el jardín de la casa, su excusa era que no habían pasado tiempo de calidad en un buen tiempo, pero, todos sabíamos que era para saber cómo iba el matrimonio de sus padres.


Verás, comenzó mi abuela, si los padres de Sofie firmaban el divorcio, la empresa familiar cambiaría de dueño, así que los codiciosos tíos se la pasaban en la casa para romper el matrimonio de la pareja más antigua y así hacerse con la empresa.


Tuvieron el pícnic en la tarde, cenaron y luego todos fueron a dormir, pues Sofie, sorprendentemente, pidió a sus tíos que se quedaran esa noche, ya que la carretera estaba muy oscura y le daba miedo que se pudieran accidentar, "oh, nuestra dulce sobrina siempre velando por nosotros" respondió su tía mayor dando un gran beso, cuánto me acuerdo; después de esa noche no volvió a aparecer.


Luego de eso los incidentes aumentaron. Los 3 tíos de la familia regresaban todos los días, sobre todo el “viudo temporal” para encontrar a su preciada esposa.


Cada semana desaparecía una nueva persona mientras que la niña se ponía de mejor humor con cada día, sirvientes, cocineros y hasta la misma ama de llaves no pudieron soportar el miedo y renunciaron a sus empleos ese mismo mes después de 5 desapariciones. Los señores Brienne incrédulos siguieron contratando personal, hasta que ocurrió, al mes desapareció el segundo tío, esposo de la tía menor, así los rondadores también fueron rodeados por el miedo y no volvieron a aparecer en la casa.


La atmósfera que se respiraba en ese punto era insoportable, la pena, el miedo, el estrés, la pesadumbre, y más que todo el luto por los desaparecidos. Ahora más que nunca, la familia estaba desesperada por salir de esa casa y un día decidieron rotundamente irse, alistaron maletas y proclamaron que ese sería su último día en la mansión embrujada.


Esa noche tuve insomnio, pues no te he contado que estaba embarazada de tu padre, y como era normal en mis embarazos el estar toda una noche en vela me levanté a por un vaso de agua, sabiendo que me ayudaría; cuando estaba en la cocina bebiendo el líquido transparente vi como Sofie salía de la casa muy apresuradamente; temiendo por ella, como siempre, deje el vaso a medio terminar en el mesón que estaba frente mío y salí a revisar que todo estuviera en orden.


Esos fueron los diez minutos más largos y a la vez más cortos de mi vida, al llegar al claro, y como se me hacía costumbre desde el verano, me escondí entre las sombras que me proporcionaba la profunda noche, tuve suerte de que esa vez la luna fuera nueva, por lo tanto, no había luz que mostrará mi escondite. 


Vi a Sofie, no estaba sola, frente a ella había una figura que parecía humana, me aguante un grito por lo horripilante que era, la silueta aunque humana estaba conformada por escarabajos, cucarachas y larvas, también diferenciándolo sus cuernos que eran moscas y zancudos. Todos esos insectos parecían muertos, sin embargo, me pareció ver algunos moviéndose. En su cara, lo único que no eran insectos eran aquellos orbes rojos, orbes que se extendían como una llama del rojo más brillante que te puedas imaginar, eran como un rubí, del mismo color era una silueta que le daba forma.


En algún momento que yo no te puedo decir, eso a lo que yo le he puesto demonio empezó a brillar y terminó por iluminar el claro como si de una luna roja se tratase, tanto brilló que todo el valle parecía lleno de sangre; cuando devolví mi vista a Sofie vi que tenía una motosierra en sus delicadas manos, murmuraba mientras su vista se perdía en aquel satán, dolida y temerosa fui a salir a devolverle la conciencia, pero algo desvío mi atención antes de que lo hiciera.


Era la luna, hijo, la luna se pintaba de rojo rápidamente, mientras la cosa dejaba su fosforescencia, yo no pude comprender en ese momento y sigo sin comprender ese suceso, la luna nueva empezaba a brillar con una intensidad que jamás olvidaré, y ahí estaba yo, sin poder esconderme más. Baje la mirada lentamente, con un temor palpable, esa cosa se encontraba mirándome, su pequeña inspección me daba escalofríos, puesto que sus ojos contenían la fría mirada de la muerte, vista que no duró mucho en mí por qué susurro a Sofie y la tomó delicadamente de la mano para emprender su camino.


-Todos te quieren abandonar, no los dejes irse de la casa, tú sabes que no se deben marchar Sofie.- fue lo único que escuche


No sabía donde iban, supuse que su destino era la casa; tratando de detener la desgracia, intente levantarme, pero descubrí con miedo que no me podía mover, era algo inexplicable, una fuerza que me hacía permanecer quieta en contra de mi voluntad, trate de gritar, intenté levantarme, moverme, pestañear, todo era imposible, me sentí atrapada empecé a llorar, es una experiencia que jamás olvidaré, el respirar tan rápido que te quedas sin aire solo para descubrir que aún no te puedes mover.


Pasó el tiempo y escuche gritos desgarradores y risas aterradoras, no supe en el momento como lo escuche tan nítidamente, como si estuviera en esa casa, no entendía cómo sentía que la sangre llegaba a mi piel y la manchaba, tampoco comprendía como lo veía todo como si estuviera en la sala, mis amos me pedían ayuda, los sirvientes que se habían quedado me intentaban arrastrar, la joven ama me exigía que me quedara quieta y yo no entendía nada porque se suponía que seguía en aquel maldito claro.


A las horas los gritos callaron, el demonio se acercó lentamente a mí y puso su mano sobre mi vientre hinchado, se sentía horrible tener esos bichos caminando sobre mi piel, mientras yo me retorcía del asco él dijo unas cuantas cosas incomprensibles y tomó nuevamente la mano de Sofie para desaparecer en la penumbra del pasillo, para siempre.


Minutos después yo me levanté aturdida y salí de la casa, si, ahí estaba, entonces comprendí, aunque no sabía cómo había llegado. Caminé desorientada hasta que unos policías me encontraron, fue una coincidencia, supongo.


Me llevaron a interrogatorio y juicio, ya que es lo que haces cuando una persona ensangrentada va por la calle después de una masacre, me libré de los cargos y de alguna manera seguí mi vida sin más problemas, Sofie no volvió a aparecer ni ese monstruo aunque revisaron toda la casa más de 5 veces, la tomaron como desaparecida.


Así concluyo el relato de mi abuela, entre temblores y vasos de agua; minutos después se levantó del viejo sofá, la abracé y me dediqué a emprender mi camino de vuelta con una satisfacción renovada.


Caminando por el sendero hacia mi casa, mi mente se vació de repente a pesar de que antes estaba pesada por procesar la historia y pensar en contar a mis amigos sobre esto. Las hojas naranjas caían de manera lenta, como bailando, escuché de pronto los crujidos característicos de caminar por un bosque en otoño, más no era yo. Gire mi cabeza y vi a un hombre raro a mi lado con una muchacha de sonrisa especial, ellos me miraron como si hubieran estado esperando durante mucho tiempo, el hombre me extendió su mano y lo último que recuerdo es haber susurrado "Ururofen".






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