LAS MASCOTAS DEL CAPO

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Y ahí cayó, frente a mí, sin vida, con sangre corriendo sin control por su cabeza, mi compañero levantó el casco de policía y me lo pasó, después tanteó en el traje verde para encontrar el arma y llevarse ciertos regalos de más.


- Ya está, vamos que esa plata nos aguarda.


-Listo, pero corriendo que el patrón se va para La Catedral y tu sabes que no le gustan los que le hacen esperar.


Cogimos la moto y escapamos sin mirar atrás, sin arrepentimientos, a pesar de que aquel muerto había sido alguna vez mi compañero, al fin al cabo todos lo habían sido, los caídos por mi mano en el último semestre, con todos había cruzado palabras seis meses atrás.


Llegamos al paraíso terrenal de Pablo Escobar o como se lo conoce acá, El Patrón del Mal, a reclamar la recompensa por asesinar a aquel camarada.  Apenas pasar la reja eras rodeado por el verde, los árboles que no llegaban a darme la sensación de alivio que aparentaban, pues así como nos rodeaban también se extendían cerniéndose sobre la carretera hasta que se cerraba al horizonte como si todo lo que estuviera haciendo fuera inútil y no llevara a ningún lado.  Mientras más avanzamos se iban viendo más distintivos de la gran finca, animales africanos, aviones, lagos, cosas que nadie imaginaba que pudiera poseer un colombiano.   No era la primera vez que recorría aquel predio, pero uno nunca se acostumbraba a tanto lujo extranjero. Con ojos abiertos que imitaban admiración seguimos la carretera hasta llegar a la casa del patrón.


-Aquí está, Patrón, un oficial para su deleite.


Estábamos en una habitación, un pequeño cuarto con poca iluminación, una sola silla, varios fardos de dólares y pesos repartidos por el suelo sin orden alguno.  Según tenía conocimiento todos poseían el mismo valor variando sólo por la moneda.


Él se veía imponente en su silla de madera oscura, sentado con las piernas abiertas y una mirada seria a pesar de su sonrisa cínica, la cual siempre me erizaba.


-Bien, Angel, has mejorado mucho desde que llegó el nuevo.


En cuanto se dirigió a mí, surgió un brillo asesino en su mirada neutral y su sonrisa se menguó hacia una egocéntrica mueca, el Patrón sabía lo que yo ocultaba o bien lo sospechaba y AÚN no me había matado, ya fuera por ver hasta dónde era capaz de llegar o por su enorme narcisismo, que lo llevaba a retar a la policía inutilizando mi trabajo y repitiéndose a sí mismo que todos somos insectos bajo la palma de su mano, fáciles de matar en el momento en que a él se le diera la gana.


Fuera cual fuera la razón, lo evidente era que no había logrado nada en seis meses, ninguna información importante, ningún trato especial.  Cada día mi ansiedad y el miedo de ser encontrado crecían, la angustia me desesperaba y la traición que sentía estar haciendo me ahogaba hasta el punto de ver a mis compañeros muertos reclamando a gritos por sus muertes; mi concentración tampoco era cosa aparte que con todo esto estaba acabando al igual que mi voluntad y como si no era suficiente sentía la presencia de la muerte que me seguía cada vez más de cerca.  Si salía vivo de esta necesitaría un psiquiatra.


Él nos entregó un fardo y nos despachó con prisa, no sin antes pedirle al de mi lado que recogiera a cierto personaje llamado Luis Alirio, Escobar había planeado todo no era ningún secreto, la cárcel era un pequeño teatro al que quería jugar y nadie se lo podía o quería impedir.


Entré a mi habitación, porque a casa no llegaba, me tiré encima del colchón sucio, rendido mientras escuchaba mi estómago rugir, esperé que parara aunque sabía que no iba a pasar por lo que al final me levanté y serví un plato de arroz con huevo.  Aproveché para abrir un periódico que recogí de camino acá en un bote de basura.  Pablo Escobar se había entregado, esa era la novedad y el título que encabezaba la gran noticia era una frase paradójica dicha por el mismo Patrón.


¡QUE VIVA COLOMBIA!

De verdad que había planeado ser lo más retorcido posible.


En cuanto terminé mi cena, tiré el plato al lavavajillas y me volví a recostar esperando quedarme dormido tranquilamente, cosa que no había pasado en los últimos cuatro meses.  En cuanto empecé a dormitar pude sentir como la única sábana encima de mí se retorcía como si me intentara ahogar, los gritos se volvían más fuertes, los reclamos se volvían golpes y el miedo se volvía monstruos, después de algún tiempo, que sólo Dios podría saber cuánto era, me quedé dormido sin poder escapar de mis pesadillas.


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Me levanté de un susto, jadeaba y sudaba por todos lados, me sentía mareado, desconcertado “un día más de vivo” me dije desganado, pero hoy era diferente. Escobar ya no estaba ya no ejercería la gran presión que había recargado sobre mí desde mi llegada, resoplé con alivio cuando este pensamiento llegó a mi mente, quizá ahora si podría sacar información a relucir.

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Bueno, se podía decir que fue muy inocente de mi parte adormilada afirmar ésto, era obvio que El Patrón seguiría dirigiendo Colombia desde su cárcel de lujo, la cual tenía el único propósito de no dejar entrar a los enemigos de Escobar. 


Seguíamos las órdenes al pie de la letra como si nada hubiera cambiado, asesinatos, atentados, amenazas, todo continuaba igual, nadie me facilitaba información, no más de la que necesitaba.  Mierda, ¿Por qué seguía ahí?.  Escobar había jugado conmigo todo lo que quiso y yo le había dejado, aunque ya me sentía cansado de jugar al gato y al ratón.


Debería escapar, igual no sacaría provecho de seguir en este maldito grupo, lo único que había hecho era matar a los míos.  


Así tomé mi decisión, me iría, no escaparía porque nunca estuve de su lado, solo regresaría a donde pertenezco.


Desde ahí planeé salir del cartel, siempre me repetía que no debía ser tan cauteloso, igual no era un escape como tal y Escobar nunca me había prestado la suficiente atención. Mientras iniciaba mi plan escuché de la guerra mantenida por Escobar y el Coronel Martínez, esos dos se querían matar pero ninguno de los dos podía. Escobar estaba encerrado y en cualquier momento le podrían extraditar si es que lograban sacarlo de su Cárcel-Paraíso, y Martinez no quería crear más caos mientras aprobaban la orden de extradición nuevamente.


El Coronel, por lo que escuché en estos días agitados, parecía haber hecho alianza con los PEPES, ¿Que quiénes eran? Nadie sabía y a nadie le importaba, porque los actos que perpetraban iban todos en contra de ese maldito.  “En cuanto salga me uniré a ellos”, me repetía mientras avanzaba en mi plan, ya no me metía tanto en las acciones de la organización y mi participación se estaba haciendo imperceptible, al mismo tiempo que mi cabello iba dejando rastro en mi colchón desgastado.


CADA UNO DE ESOS CADÁVERES VALE 10 MILLONES DE PESOS, Escobar mata a los hermanos Moncada y Galeano; QUEMAN VALIOSA COLECCIÓN DE VEHÍCULOS DE ESCOBAR.  Los periódicos estaban sacando material para décadas, era su momento dorado, la guerra civil les daba matices, generaba debates y aseguraba popularidad. No se cuántos muertos hoy y nadie sabe cuántos mañana, ¿Cuándo terminará esta guerra violenta?, se preguntaban los periódicos más yo dudaba que de verdad esperaban que acabara.

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Cada día me sentía más incómodo, eso de las noticias nunca había sido lo mío debo admitirlo, mantenerme informado mediante un pedazo de papel o por terceros en vez de estar en el epicentro de la acción me ponía más ansioso de lo normal pero los últimos días encerrado lo ameritaba, ya me iba a largar de ese pozo de aguas estancadas, pues en eso se había convertido el cartel de Medellín desde que todos los jefes se habían ido a la cárcel La Catedral. 

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Mi idea era irme una semana después del escape de Escobar, pero el destino, que en este país tiene nombre y apellido, pretendía otros planes para mí y es poco decir que este destino llega a ser más que torturante cuando se le traiciona.


Me hicieron llamar a La Catedral días después de que se hubiesen divulgado los planes del coronel para redirigir a Escobar a una cárcel real.  Siempre pensé que después de esta declaración Escobar huiría de la prisión y declararía la guerra al coronel atentando a todo el poder de Colombia, político, militar y policial, pudiera o no sobornarlos; nunca llegó a mi mente que llamaría a uno de sus secuaces con menos visibilidad a pedirle un favor con el riesgo de gastar tiempo valioso.


Si bien me lo cuestioné todo el camino, yo jamás sería capaz de desobedecer al Patrón, por lo menos no mientras estuviera bajo su mandato.  Caminé con mucha seguridad por entre las lujosas habitaciones hasta el patio en donde él y los de Atlético Nacional estaban en medio de un partido, esto bien podría demorar horas en acabar, todos conocíamos su lado ambicioso, pero incapaz de moverme y con el riesgo de que él me encontrara en cuanto acabara; terminé por sentarme en unas bancas cercanas al terreno de juego, pero algo pasó.


Él no esperó a terminar el partido, en cuanto me vio vino hacia mí, lo siguieron sus secuaces de mayor confianza, este panorama no ameritaba ningún beneficio para mí.  Tomé una bocanada de aire mientras mi cuerpo huesudo temblaba ante las posibilidades desalentadoras; dejé que él me dirigiera a un cuarto que no era suyo, ni de ninguno de los que nos seguían, la habitación tampoco aparentaba sus típicas salas de negocios, fue entonces que con calma me di cuenta.


El dolor fue un pequeño segundo en comparación con las horas de película que pasaron frente a mis ojos, como si estuviera reviviendo cada respiro cada parpadeo, cuando me cargaron por primera vez o mis primeros dibujos, la sonrisa amable de mi madre y la orgullosa de mi padre, mi hermano naciendo y acompañándome en mis travesuras, cuando decidí servir al país y ser el orgullo de toda mi familia en las comidas familiares, cuando tomé esta estúpida decisión que acabaría con mi vida y esa última frase que bien conocía pronunciada en tono de desagrado  “plata o plomo y tu elegiste el honor” todo se empezaba a oscurecer, el sonido de las risotadas se suavizaba, ojalá no demoraran…


Padre nuestro que estás en el cielo ayúdame a limpiar mi espíritu, avemaría protege mi alma cuando se vaya de este mundo.  Madre, padre, perdón por no poder ir a ver el centro comercial que tanta ilusión les hacía, ni al Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe al que habían esperado visitar para ir conmigo. Pequeño Gabriel perdón por no volver y no poder ir a ese maravilloso parque de atracciones nuevo con el que te brillaban los ojos y perdón también por no lograr regalarte ese carro pedal que tanto te había prometido.




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El Coronel Martínez estaba pegado al teléfono después de haber rastreado a Pablo Escobar, disparos, gritos, agitación, cada cosa lo desesperaba más hasta que se escucharon regocijos al otro lado de la línea.  Un minuto de silencio adquirió la sala hasta que se escuchó la voz cansada y firme del coronel clamar.


¡Viva Colombia, hemos matado a Pablo Escobar!



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