Un problema de oído
He estado donde tantos expertos, otorrinolaringólogos, fonoaudiológos, tantos que ya no me suena raro el decir sus enredados nombres, y a pesar de esto ninguno ha logrado determinar la causa de mi problema.
De mi oído que no logra captar el sonido con claridad, aunque si he de ser sincera ya me he acostumbrado a las voces distorsionadas y al ruido incesante de la ciudad que rebota en las paredes de mi cabeza haciéndola doler.
A pesar de esto la costumbre no significa comodidad, una verdad innegable que me sigue desde que tenía 10. Esto se llegó a recalcar una maravillosa madrugada en la cual, por aras del trabajo, tuve que despertarme a las 4 am.
El ruido de la ciudad estaba apagado, como nunca antes, en ese momento me di cuenta de que solo éramos él y yo. El sonido que ahora era mi preferido nació en una cuna de silencio y se mostró en cuanto salí al balcón a respirar tranquilidad, su suave pasar acarició mis oídos y me recordó que la vida no estaba hecha para el estrés.
Incluí en mi rutina el salir a encontrarlo, él es juguetón y cambia cada mañana para sorprenderme, a veces corre fuerte y se asemeja a una hoja siendo revolcada por un huracán. Otras veces corre tan despacio que requiero de toda mi atención para escucharlo.
Los doctores no han podido determinar por qué él es el único sonido que puedo distinguir con claridad, pero ellos deberían pensar menos en lo físico y más en lo mental para dar con la respuesta.
No es solo el relajante sonido que nada puede interrumpir, sino que es el aire frío que puedo respirar y la facilidad de mi mente para conectar con él gracias a las condiciones que nos brinda el ambiente.
Tantos factores que me permiten escucharlo, tantas razones que tengo para adorarlo, que antes de decirlo a otro médico prefiero escribir mi experiencia con él, para que entiendan lo que siento aquellos que saben leer.
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