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Era un traje de Taekwondo que bastante le incomodaba, un cinturón amarillo que según significaba trigo, unas trencitas a cada lado de su cabeza, pues era un requisito y unas uñas bien arregladas para entrenar en la reducida tarima.
Con 11 años ella se encontraba en un pequeño parque, haciendo una de las únicas figura que tenía memorizadas, pensando en cómo era el siguiente paso y callando el grito que le habría dado aplausos.
Era un traje de combate, blanco pureza, era el azul sobre el verde demostrando experiencia, era una moña agarrando el cabello en una reluciente coleta y el deseo de llegar a negro sin importar lo que fuera.
13 era un número que tenía grabada la palabra preadolescente, pero a menudo se confundía con ser libre e independiente, tratando de hallar su rumbo, sus gustos y disgustos. Las figuras fluían, tenía lo que necesitaba, no había ambición de por medio, pues siempre de segundas quedaba. Era un coliseo mediano, había poca gente, ciertamente más que solo sus papás, y ahí mismo se creó el sentimiento de que competir se sentía natural.
Era un traje de poomsae, un pantalón azul, una moña cualquiera para agarrar una desordenada melena, un cinturón rojo en su cintura manteniendo el equilibrio y el orgullo.
A los 16 empezaba a entender que detestaba los múltiplos de 3, aun así se enfocaba en aprender cada figura hasta olvidar los primeros tres.
Un inmenso estadio repleto de gente que venía a ver, muchas competencias, muchos adversarios y pocos conocidos en los que podía recargarse. Muchas horas de espera que nunca había experimentado, un Taegeuk olvidado y varios jueces que nunca había mirado. Casi ansiosa, convenciendo de su seguridad, salió a demostrar, un error le costó toda la concentración y aquella razón le costó mucha puntuación. Salió del estadio enojada y derrotada, lidiando con muchos sentimientos en sus entrañas, tratando de no llorar de impotencia y tratando de no culpar a todos por lo mal que la pasaba.
17 años, tras una derrota singular, la chica con pantalón y cinturón rojo, había dejado la rabia atrás, un gancho de pelo adornaba su corte al hombro, sus uñas de nuevo cortas para volver a iniciar. Con humildad renovada y una nueva visión aquella chica se enfrentó a lo desconocido.
Todavía saboreaba la derrota, un sabor metálico y maluco se instalaba en su boca de vez en cuando, pero aquel sabor se usó para mejorar. Entreno con pasión, reviso lo que le faltaba, trabajo en aquello que le incomodaba, se llenó de aspiraciones y sueños, trazó su propio camino en aquel deporte, consiguió metas y se propuso cumplirlas.
El cinturón y el uniforme que la acompañaban ya no significaban nada, ella lo había usado tanto tiempo que estos habían quedado plasmados en su alma como el recuerdo de una comunidad que adoraba.
En ese momento vio su reflejo y noto un gran cambio en su aura que había pasado de ser un inmaduro verde y por fin encender el rojo que portaba esta vez.
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