De ida, pero no de vuelta.

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 Esa ventana oxidada que mostraba un paisaje en movimiento, era esa ventana el objeto de mi atención durante las últimas 4 horas, su paisaje distorsionado me dejaba espacio para meditar y recordar, mi cabeza estaba repleta de aquel lugar que me vio crecer, dejar atrás las preciadas memorias y los queridos amigos hacía que empezar de nuevo fuera mucho más difícil.


Mis resoplidos llevaban decepción y tristeza junto al caliente aliento que empanada el vidrio, mi rostro se reflejaba doliente en aquel cristal sucio, no era un reflejo exacto, pero si uno se concentraba aún podían distinguirse una que otra cicatriz.


Roce el único chirlo que contenía mi cansado rostro, la roce con cuidado con la yema de mis dedos, casi podía ver la sangre caer por esa herida abierta, cerré mis ojos con fuerza para dejar de ver esa imagen que había manchado los últimos años de mi vida, los destellos de claridad que empezaba a tener respondían a mi mayor interrogante en ese momento.


Deje que mi vista se enfocara en el pasillo donde nadie caminaba ya, era de madrugada, seguramente las únicas personas despiertas a estas horas de la noche seríamos el conductor y yo.


Seguía intentando conciliar el sueño, no obstante la culpa o el miedo no me lo permitían, me aferré a mi maletín con fuerza, un rectángulo marrón en el que llevaba un solo objeto de gran valor. Empezaba a sentir como me venía un ataque de nueva cuenta por lo que me levanté sin soltar el maletín para poder ir al baño.


Abrí mi chaqueta con descuido y subí mis mangas hasta la mitad de mis bíceps, posteriormente con la manija de cuero en mi muñeca, sumergí mis manos con dificultad en el lavamanos con agua estancada, moje mi cara un par de veces y luego la sumergí hasta que pude volver a pensar con claridad. El estrés de mi situación me sobrepasaba, sin embargo, era algo consolador pensar en que una vez bajará de este vagón podría descansar.


Salí del baño un poco menos agitado y volví a tomar asiento, bajé mis mangas y cerré mi chaqueta de nuevo para dejar de ver la tinta negra que decoraba mi hombro. Me coloqué el gorro, me subí la capota de la chaqueta y me puse el tapabocas.


Saque mi billetera por décima vez en el tranquilo viaje y recite mi ID, un nuevo nombre al que debo acostumbrarme, un nuevo país y nuevas costumbres, nadie dijo que fuera fácil, pero sobreviviría otra vez.






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