La princesa y el pueblo empobrecido
Había una vez, en un maravilloso castillo, una bella princesa que era deseada por todos los hombres del reino. Sus padres estaban encantados de tener una hija tan hermosa, presumiendo de ella como la bendición de la pareja.Aprovechando la belleza de su hija, el rey y la reina decidieron casarla con un príncipe extranjero que era segundo en la línea de sucesión al trono.
Una vez que la pequeña princesa conoció a su prometido, se sintió traicionada, porque la princesa creció escuchando los increíbles cuentos de hadas de sus hermanas mayores, en los cuales el príncipe era el hombre más bello, educado e idealizado de todos los reinos.
Sintiendo furia, hizo lo único que se le ocurrió: si el príncipe hermoso y amable no venía a su casa, entonces ella lo encontraría fuera de ahí. Pensando en ello, huyó de casa con una maleta llena de ropa y joyas, negándose a casarse con alguien que no era su verdadero amor.

Corrió hacia la villa capital, un lugar en el que nunca había estado, siguiendo las vagas direcciones que había escuchado, siguiendo un camino de tierra hasta que el sol comenzó a ponerse. Cansada, la princesa descubrió que había llegado a un pequeño pueblo que parecía demasiado pobre para ser la ciudad capital. Por donde mirara, veía personas pidiendo dinero, tiradas en el suelo, extremadamente delgadas o negocios sucios que eran el centro de gritos irracionales. Ni hablar de los niños que corrían descalzos o completamente desnudos por todo el pueblo.
La princesa estaba desolada, no había podido encontrar la ciudad capital, ni sabía dónde estaba. Perdida y sin opciones, tan cansada como estaba, decidió dormir una noche en el único lugar que tenía más de un piso.
La princesa entró y estaba a punto de subir las escaleras para encontrar una habitación cómoda cuando una mujer la llamó, debía ser la dueña, así que la princesa se acercó a la mujer para exigir un buen trato.
"Niña bonita, si quieres quedarte tendrás que pagar" – dijo la mujer en el mostrador antes de que la princesa pudiera abrir la boca.
La princesa sabía poco sobre los asuntos externos y preguntó educadamente a la mujer: - "Buena señora, ¿a qué se refiere?, le estoy dando la oportunidad de atender a un miembro de la familia real."
"Estoy hablando de dinero, belleza, tres centavos por noche, incluye el desayuno."
La princesa nunca había oído hablar de los centavos, pero pensó que el dinero se refería al oro. Entonces sacó uno de sus accesorios y hizo lo que había visto hacer a los comerciantes frente a sus padres.
"¿Es esto suficiente para pagar una noche?" – levantando la pulsera de oro con piedras incrustadas.
Los ojos de la mujer se abrieron ampliamente y sus manos llegaron a la pulsera en un instante. – "Tres o cuatro noches si quieres, incluyendo las tres comidas", informó mientras guiaba a la princesa hacia la mejor habitación de la pobre residencia.
La princesa la siguió sin decir una palabra más, no importaba cuántas noches pudiera quedarse, ella se iría al día siguiente.
Respiró profundamente, tratando de ignorar el desagradable pasillo que conducía a su habitación, y esperó con ansias que su habitación fuera mejor que eso, una vez que llegaron a una puerta de madera astillada sus estándares empezaron a bajar, pero no fue sino hasta que la puerta se abrió que ella supo que no podría quedarse ni una noche, aunque era su única opción.
La princesa contempló otra solución fuera de la habitación, que tenía cosas tiradas por todo el suelo, una posibilidad que le diera la opción de encontrar un lugar adecuado para quedarse, pero todos sus pensamientos eran tan imposibles como los cuentos que había escuchado de niña, por lo que al final entró en la habitación rezando para quedarse dormida inmediatamente.
Cerró la puerta detrás de ella y su nariz captó un olor ácido desde un rincón lejano, sus ojos decidieron ignorar ese rincón mientras sus pies avanzaban sobre el piso crujiente. No necesitó más de diez pasos para llegar a la cama, pero su tiempo se pasó decidiendo si dejaría que su cuerpo descansara en las viejas y polvorientas mantas.
Después de un rato de contemplación, sus ojos comenzaron a derramar lágrimas que caían sobre las tablas levantadas del suelo. En este momento no le imporía tanto casarse con ese viejo feo, de todos modos necesitaba que alguien se hiciera cargo de ella. Era inevitable casarse con alguien que la mantuviera, así que ¿por qué su mente infantil estaba llena de ideas románticas? Esas habían sido las razones de su situación.
Miró por la ventana tratando de olvidar su alrededor, un hueco en la pared que mostraba el centro del pueblo, el que se veía más muerto que antes sin gente transitando, la vista era deprimente.
La princesa lloró y golpeó todo en la habitación hasta que el cansancio del día finalmente la hizo quedarse dormida, con la cabeza apenas tocando las mantas y su cuerpo recostado sobre el lado izquierdo del colchón, y así pasó la noche sin más pensamientos.
A la mañana siguiente, la princesa fue la primera en despertar en todo el pueblo, incluso antes que los gallos, se dio una ducha, tomó su maleta y se dirigió hacia la salida del pueblo sin demora, sus pasos firmes y decididos, hasta que vio a otra persona moviéndose antes del amanecer.
La curiosidad la golpeó, porque los aldeanos nunca se despertaban tan temprano, así que cambió su rumbo para encontrarse con la silueta desconocida que cortaba madera a lo lejos.
Se acercó lo más que pudo, hasta que encontró una cerca que le cortó el paso, desde allí la princesa trató de distinguir qué era la figura, y cuando no pudo distinguir ninguna forma que fuera del árbol, pensó en esperar hasta que el sol iluminara el prado en el que el leñador estaba.

La princesa se acuclilló allí, escuchando el sonido del hacha cortando madera hasta que la figura se dio vuelta para organizar la madera, y la notó, la luz del sol ya estaba iluminando a la princesa, y tal vez por la misma curiosidad, la silueta se acercó a la cerca.
El sol continuó iluminando el prado, y con la figura acercándose, finalmente pudo distinguir a un caballero alto con ropa delicada que ella reconoció, una prenda distintiva de los comerciantes más ricos de todo el reino, todos ellos vestían las mismas ropas elegantes y pomposas, fáciles de reconocer; pero ver a uno de ellos en un pueblo fue una gran sorpresa.
La princesa expresó sus pensamientos sobre la situación con una cara confundida, el hecho de que un comerciante rico estuviera cortando madera al amanecer, en un pueblo pobre no era una acción normal, aquello sería normalmente confundido con traición.
A pesar de que el rostro de la princesa se transformó en una expresión de enojo, el caballero rico se acercó tanto como una persona desconocida podía hacerlo, la saludó e hizo una reverencia ante ella. La princesa, aun en shock, respondió inmediatamente con una reverencia también, al menos sabía a quién tenía enfrente.
Con su curiosidad satisfecha, y pensando que el hombre podría atentar contra su seguridad, la princesa supo que era hora de continuar su camino.
Pero el hijo del comerciante la detuvo, ofreciéndole mostrarle el pequeño y pobre pueblo. La princesa sabía lo que debía hacer, negarse, pero como todas las cosas que debía hacer, la princesa se fue en contra de eso y aceptó el paseo pensando que sería corto y rodeado de gente, por lo que nada realmente podía suceder.
Con el permiso de la princesa, el hijo del comerciante la invitó a la casa en la que vivían, para que él pudiera cambiarse de ropa, ella aceptó solo porque su cuerpo seguía cansado y dolorido, así que necesitaba un lugar para sentarse antes del recorrido.
Una vez dentro de la amplia casa, sintió que ese lugar era más aceptable que la pequeña posada en la que había pasado la noche anterior, en este lugar podía encontrar sirvientes, como estaba acostumbrada, además de algunos esclavos, buenas posesiones y un espacio limpio, habitable.
Por primera vez desde el día anterior, la princesa se sintió cómoda, y como sabía que este pueblo podría ser uno de los destinos de los ricos comerciantes pensó en quedarse con ellos, solo hasta que fuera inminente regresar a casa; incluso podría casarse con este caballero rico y olvidarse del viejo-raro de su prometido que la esperaba en casa, al menos eso disminuiría las posibilidades de ser secuestrada por los comerciantes, después de todo ¿Por qué tendrías que secuestrar a tu esposa?
Junto a los racionamientos que estaba teniendo la princesa adoptó una actitud frívola, no podía confiar en estar segura antes de plantear el matrimonio, por lo cual no acepto nada que le fuera ofrecido y espero hasta que el hijo del comerciante apareció nuevamente.
Su silueta se mostró ante ella, viéndose más apuesto que antes. La princesa, agradablemente sorprendida soltó el maletín, se levantó y puso su mano en la mano extendida del caballero rico, ese tipo de hombre no podía ser un traidor.
Y con esa postura salieron de la humilde casa de un piso en la que estaban antes. Comenzaron a caminar bajo la luz del sol saliente en el este. Mientras caminaban, vieron a los aldeanos comenzar su día, el pueblo volvió a cobrar vida. El hijo del comerciante habló sobre todo lo que pretendía que la princesa no sabía, y la princesa, en contra de sus primeros pensamientos, estaba inmersa en la narrativa del hijo del comerciante.
Cada historia que él tenía para contar, cada pequeño detalle que aprendió, la función de cosas que nunca había visto y la mención de trabajos que no sabía que existían, la hacían emocionarse. No solo eran las cosas nuevas, sino la forma en que el hijo del comerciante hablaba de ellas, y también la breve información que daba sobre las personas que encontraban en el camino, lo que le hizo creer que no era la primera vez que el muchacho paseaba por allí.
Pequeños comentarios como "los niños en esa esquina escaparon de la esclavitud" o "esa mujer perdió a todos los miembros de su familia en una hambruna" le ayudaron a dejar la idea de que ellos eran mano de obra barata, y le ayudo a crear una ligera idea de que eran humanos, como ella.
La princesa estaba tan asombrada por la narrativa del hijo del comerciante y tan sumida en sus propias reflexiones que cuando su estómago rugió, pensó que el sonido provenía de otro estómago hambriento, al contrario del caballero rico, que estaba muy atento a las necesidades de la princesa, y ofreció un almuerzo ligero en su casa para concluir el paseo.
En el camino hacia la casa del hijo del comerciante, la princesa se preguntaba cómo un paseo que le había tomado 8 minutos antes se había convertido en 3 horas con el guía a su lado, y se había profundizado más de lo que pensaba. Este hecho fortaleció su decisión de casarse con él, esta vez porque nunca pensó que su vida pudiera ser tan interesante y educativa como lo había sido esa mañana, y la idea de que fuera así le agradaba.
Pues la princesa siempre pensó que su vida iba a estar unida a un bonito palacio y un montón de niños, con un esposo al que debía ver y servir todos los días, amándolo o sin amarlo. Nunca deseo, ni la idea cruzó su mente, de que podría disfrutar de una charla con un hombre, o de un paseo tranquilo fuera de casa, o de que un pueblo desconocido pudiera tener un trasfondo tan amplio.
El paseo hizo que la princesa no dudara de la lealtad de un hombre tan cortes, sin embargo, aunque le empezará a gustar la idea de quedarse con el hombre para conocerse más, comenzaba a temer la furia de su padre, y tal como había decido antes, pensaba regresar a su palacio esa misma noche.
Así que después de un buen almuerzo ligero, y siendo más o menos el mediodía, la princesa tomó nuevamente su maletín y salió, prometiendo hablar bien de los comerciantes ricos en presencia de sus padres, deseando que eso pudiera cambiar su destino.
Dirigiéndose de nuevo al camino que la guiaba hacia el pueblo, ignoró todo y a todos con los que se cruzó, solo con su meta en mente. No obstante las historias se quedaron grabadas en su cabeza, tanto que la princesa se encontró repitiéndolas con cada persona que reconocía, asociando caras con historias.
Ese hombre que trabajaba incansablemente las cosechas para traer a su familia al pueblo, el joven que dejó escapar unas ovejas porque se quedó dormido la noche anterior, la familia nueva y su extraño trabajo, o los niños que...
Esos niños que estaban enfermos y tosían sangre a veces cuando el clima se ponía más frío, que vivían en callejones la mayor parte del tiempo y pedían dinero de formas muy creativas, por no decir mucho. Mientras las palabras pasaban por la mente de la princesa, su vista se posó en un niño pequeño que trataba de cubrir a uno más pequeño con costales. Escena que hizo que su corazón se estrujara. No soportaba verlo.
Rápidamente, recordó que la vieja posada no estaba tan fría como la calle en aquellos días, y que todavía tenía tres de las cuatro noches que la mujer había mencionado. La princesa nunca pensó que darle su pulsera y pasar solo una noche allí fuera una pérdida de dinero, porque esa pulsera no era algo precioso ni valioso para ella.
Pero si ellos podían usar ese poco tiempo en un lugar cálido, con comida si bien recordaba, entonces no le importaba tampoco dárselos. No le haría perder mucho tiempo y mejoraría unos días las condiciones de vida de los niños.
Habiendo trazado un plan, la princesa caminó hacia los dos niños, y antes de que los niños pusieran sus manos en forma de cuna, les dijo lo que iba a hacer. El niño mayor estuvo de acuerdo eufóricamente, haciendo que el otro se pusiera de pie para poder seguir a la princesa.
En 8 minutos llegaron a la posada, y al entrar la princesa fue recibida con una cálida bienvenida por la mujer, que usó una mano para indicar las escaleras, mientras con la otra mano echaba a los niños.
La princesa no sabía cómo explicar la situación, ni pensó que fuera necesario, así que siguió su camino llamando a los niños para mostrarles la pequeña y vieja habitación en la que se alojarían.
Los niños rodearon a la mujer confundida y saltaron hasta llegar al lado de la princesa, ella los guio y llegó a la vieja puerta de madera en poco tiempo. La abrió, deseando que la habitación fuera mejor de lo que la había encontrado antes, pero sus ojos vieron la misma habitación maloliente, desorganizada y fea.
La princesa se volvió para explicarse a los niños, pero en lugar de lo que esperaba, los niños estaban asombrados. Con una gran sonrisa y los ojos brillando, entraron en la habitación, saltando en la cama y enrollándose en las mantas malolientes.
Estaban emocionados, riendo felices, como niños normales, pequeños humanos que no habían sido educados en los modales más básicos, y aunque ella estaba desconcertada, no era su trabajo educarlos, así que simplemente cerró la puerta y salió de la posada sin darse cuenta de que la mujer en el mostrador la estaba reprendiendo.
Caminó algunos pasos hasta que la mujer la detuvo. La conversación fue lenta y cortada como si ambas hablasen idiomas diferentes, así que al final la princesa decidió explicarle todo su raciocinio.
Pero la mujer aún se negó a darles comida o alojamiento por más de una noche en la posada, por lo que la princesa, que no estaba segura si regresar a su palacio o quedarse con los alegres niños, tomó una decisión de una vez por todas y regresó a la posada, dándole a la mujer sus pendientes para quedarse tres noches más con ellos.
Una vez más en la habitación, se sentó en una silla de madera, después de limpiarla con un costal que encontró en el suelo. Se quedó allí, mirando a los niños que, en contraste con antes, estaban profundamente dormidos en la cama estrecha. No estaban limpios, saludables ni bien educados, pero algo los hacía parecer más lindos que muchos niños en la corte superior. Tal vez era el hecho de que se comportaban como niños, o la sensación de protección que comenzó a desarrollar por ellos.
Otro día pasó sin que ella saliera del pueblo. Aunque esta vez, en lugar de ver un pueblo moribundo a través de la ventana al amanecer, vio un pueblo dormido que brillaba de una manera en la que solo los astrónomos podrían apreciar. Movió la silla para poder acostar la cabeza en la ventana, para quedarse dormida mientras unía constelaciones.
Los siguientes tres días trascendieron tal como debían, todos en la habitación estaban obligados a ducharse; dejó que los niños comieran en la posada, pero prefirió alimentarse en la casa de los comerciantes que no escatimaban en comida de calidad, pasó algo de tiempo con el joven caballero rico, a veces con los niños, la mayoría de las veces sin ellos. Y su corazón comenzó a latir de manera anómala con cada historia que él contaba.
Por la tarde, después de un almuerzo cómodo, nuevamente fue a la posada para asegurarse de que los niños comieran bien y quedarse con ellos jugando hasta la cena, después de la cual normalmente se iban a dormir.
Y aunque esa rutina no los acerco a los tres como una familia, porque el tiempo fue corto, aún le devastaba la idea de dejarlos. Pero era hora de irse, tenía conocimiento de que los comerciantes también se irían ese día, así que era el mejor momento para regresar.
Por lo que en el cuarto día, tomó todo el valor que pudo reunir y habló con los niños una vez salieron de la posada. La princesa dijo con voz triste: "Necesito irme", y eso debía ser todo, era hora de despedirse y la princesa sabía que esto se olvidaría en poco tiempo una vez que volviera a pisar el palacio; tristemente eso no quitaba la sensación incómoda en su corazón, y así, secando las lágrimas de los niños, prometió: "Pero volveré. Solo denme algo de tiempo y nos reuniremos de nuevo."
Una promesa que devolvió la sonrisa a los niños, quienes despidiéndola de manera alegre, agitaban un collar y algunos de sus pendientes favoritos.
La princesa no lloró, no hasta que subió al carruaje y los niños no pudieron verla. Su ego le reclamaba que debía avergonzarse de estar llorando frente al hijo del comerciante, pero no podía sentirse avergonzada por llorar por algo que no fueran joyas. Más aún, se sintió bien cuando el caballero rico la abrazó dándole palabras de apoyo. Sabía que estaba haciendo lo correcto cuando una vez más, la misma sensación de felicidad rodeó su corazón, entremezclada con la amarga tristeza que estaba experimentando.
Era una sensación que quería conservar toda su vida, no la tristeza, pero la cálida ola en su corazón, con los días pasados con el hijo del comerciante y con sus pequeños alborotadores, la princesa se dio cuenta de que finalmente comenzaba a desear cosas por las que estaba dispuesta a luchar y junto con eso comenzaba a tomar sus propias decisiones, quería casarse con el caballero rico junto a ella, y estaba decidida a cuidar de esos dos niños afuera del carruaje.
La princesa regresaba al palacio, pero no se quedaría. Este viaje le había abierto los ojos, y sabía que quedarse en el palacio no le daría la experiencia o decisión para concluir si las dos determinaciones eran un error. Por ahora, solo necesitaba enfrentar a sus padres, regresar con sus niños, y continuar viajando para aprender lo que ella quería que su vida fuera.
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