El convento de las mariposas
En el lugar en el que nací existen varios tipos de mariposas. Recuerdo cuando apenas era una verde masita que se movía por todo el lugar, llenando de baba ramas y hojas, de tanto arrastrarme, una vez llegué a una barrera mágica que no me permitía seguir mi camino; ese día, mi séptimo día de vida, me percaté de algo que se convertiría en una verdad innegable, una regla de vida, un consejo para no pasarla mal, “No debía pasar la barrera mágica”.
Con esa verdad crecí hasta mi décimo tercer día de vida y me di cuenta de que todos teníamos que elegir, se acercaron a mí orugas viejas y mariposas jóvenes que me relataban su propia realidad, me aconsejaban y deseaban que tomara la elección que ellos habían hecho para poder vivir tan bien como aquellos lo hacían. Pensé, entonces, junto a la soledad de una hoja cercana a la barrera mágica sobre mi decisión, las orugas mayores contenían más sabiduría de la que cualquier mariposa pudiera jactarse, pero era cierto que en toda mi vida había visto con más admiración a las alas llamativas y elegantes de las mariposas, por lo tanto me esforcé como mis compañeras para poder tener ese rasgo característico que adoraba.
Al estar en la crisálida reflexioné y me atormentó el hecho de poder haber elegido el camino incorrecto, a pesar de que ya no había vuelta atrás, por lo que entre mis deliberaciones y pensamientos al volver a ver la luz recurrí, sin espera, a otras mariposas para qué me instruyeran en el camino que ahora me tocaba transitar. Lo primero que pregunté y que todos me debatieron fue cómo eran mis alas pues yo no las podía ver, me señalaron entonces un grupo anaranjado y negro que se asimilaba a mi patrón, en cuanto vi mis alas en otras mariposas me sentí orgullosa y comprendí lo que se decía sólo entre las mariposas, “Había madurado”.
Con las alas y la maduración viene algo no tan alegre, el siguiente paso que cualquier mariposa madura debía cumplir, encontrar un compañero de reproducción y tener hijos. No tenía que ser tan estricta, pero lo hacía, no tenía que ser una decisión perfecta, pero no lo podía evitar. Comencé a tener días más quietos, a dejar de pasar tiempo junto a la barrera mágica porque tenía que ser más realista, a pensar más en los posibles compañeros que no me convencían. Con el paso de los días y mi incompetencia por poder seleccionar a un compañero, me convencí de la tercera verdad que antes no me había planteado, “Yo estaba defectuosa”.
Días y días pasaron, yo me sentía ansiosa y desesperada, no lograba congeniar ahora ni siquiera con mis compañeros, se me evitaba aunque supuestamente nadie reconocía a nadie, tal parecía que yo tenía una marca de nacimiento que gritaba “Aléjense producto defectuoso, puede ser contagioso”. 23 días de mi nacimiento habían transcurrido y sinceramente no me sentía bella ni orgullosa de las alas que portaba en mi espalda, ¿Quién sabe? Quizá lo mejor hubiera sido quedarme como una oruga, sabia y perezosa.
Trataba de ser normal, pero ahí radicaba mi problema, en no preguntarse por los gigantes que veíamos casi todos los días, en no cuestionar el azul que se veía afuera de la barrera mágica, en no preguntarse el sabor de las jugosas flores que veía siempre fuera de la barrera mágica, en querer ver la oscuridad eterna que comentaban los mosquitos que a veces llegaban a perderse y terminaban aquí. Radicaba en la cuarta verdad, aquella que me susurro el viento cuando volví a reposar lamentablemente en las hojas que tocaban la barrera, yo era como las orugas viejas o las mariposas jóvenes que habían ido a convencerme de su experiencia, tenía una mente propia que me había hecho tomar la decisión de tener mis alas, de analizarlo todo, de querer salir.
Habiendo tenido ese despertar intelectual me decidí, ese, mi día 25 de vida alce vuelo y perseguí a unos gigantes que aparentaban amabilidad, trate de que los que nos alimentaban no me vieran y así, después de un ajetreado viaje logré divisar en todo su esplendor el azul de arriba, mire hacia abajo y no vi verde, sino gris, emocionada decidí revolotear por todo el lugar en búsqueda de nuevos sabores hasta que encontré las flores rojas que siempre captaban mi atención, acerque mi lengua deleitada de los otros sabores que había probado previamente y la retire al sentir la amargura de su sabor.
Me encontraba extasiada de la cantidad de cosas que estaba viviendo pero después de mucho revoloteo y aventura pensé en regresar a mi hogar, contaría lo que viví, descansaría un poco y luego volvería a salir. Entonces gire la vista hacia mi hogar y vi un círculo verde dentro de la barrera con tantas mariposas revoloteando que me provocaba malestar, pensé “Desde adentro no se ve tan mal pero de afuera…”. En definitiva no me apetecía regresar con esta vista que empezaba a tener de mi hogar, recalcule el volver, igual no conocía a nadie adentro y no pensaba que alguno de mis compañeros de vida me fuera a extrañar.
Por lo que me determiné, di media vuelta y extendí mis alas para poder recorrer un mundo, que por más que no conociera y que aparentaba peligro, llegaría a ser mejor que esa prisión pintada de paraíso.



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