Un día de antaño en quinto
Ahí estoy yo nuevamente. Tamborileando los dedos contra mi pierna mientras cuento los segundos para lograr salir.
De hecho no soy la única, me encuentro rodeada de pequeños, que con reloj en mano, hacen un coro en el que cuentan de manera recesiva los segundos que quedan para que el reloj marqué las 9:30.
En cuanto los números del coro llegaron al cero, todos salimos como una estampida. Por fin me rodeaba de aire fresco después de 3 largas horas y tediosos temas que ya había olvidado, pero a pesar del bienestar que sentía no podía relajarme hasta llegar sin aliento a la cafetería porque la fila que se podía hacer con un minuto de diferencia sería monumental.
Después de una corta fila tenía mi lonchera, se notaba que había llegado a tiempo. Comencé a acercar a mi boca el sandwich con satisfacción mientras miraba al centro del patio, siempre que llegaba a este lugar pensaba en como la libertad que daba el descanso dejaba conocer las verdaderas personalidades de cualquier compañero, se determinaba por los balones que colgaban de algunos brazos, la diferencia que se tenía entre tantos uniformes, la forma de los grupos sociales y lo que se les veía hacer.
Me quedé como perdida mirando el centro del colegio hasta que mi amiga me empujó para que saliera del trance al que había entrado.
Saludos y reclamos se intercambiaron hasta que decidimos comenzar la caminata habitual por la escuela, cosa que hacíamos para pasar el rato amenamente mientras hablábamos. Caminando llegamos a la zona verde, donde vi a unas muchachas de mi curso jugando con el tronco de un árbol.
Habían puesto lo que parecía Sprite, tierra y unas hojas dentro de un hueco de aquel ser vivo y lo estaban revolviendo con un palito mientras recitaban palabras al azar. Sorprendida le comenté a mi amiga sobre su juego, pero no quiso darme la razón de que era divertido y me hizo alejar de aquel lugar antes de que tuviera la oportunidad de pensar en unirme.
Después de cruzar hasta el otro lado del patio, casi arrastrada, olvidé el tema anterior en comparación del verde que se alzaba frente a mí, los juegos se veían, de alguna manera, más divertidos de lo que habían sido jamás pues estaban vacíos y las cabañas se veían algo más brillantes y atractivas de lo que parecían durante los últimos días.
Con mi amiga nos acercamos a los columpios y nos sentamos para seguir hablando, era el mejor momento del mes pues esos columpios nunca estaban vacíos como lo estaban hoy. Balanceándonos escuchamos el timbre que anunciaba otras 3 horas tortuosas, nos paramos y tratamos retrasar el momento de entrar al aula lo que más pudimos.
Tal parecía haber sido inútil nuestro esfuerzo porque, como raro aquellos días, la puerta se encontraba cerrada ante 30 niños que buscaban distraerse hasta que el maestro llegara para que resolviera aquel problema.
Nos sentamos cerca de unas amigas y comenzamos a jugar tricky en la pierna de una de ellas, era necesario el esfero esos días por lo que nunca hacía falta aquel implemento, cada quien sacó su propio lapicero y comenzamos una nueva ronda.
Tocaba esforzarse de más para poder ver la mejor jugada porque el sol parecía repelernos, pues frente a nuestro salón nunca llegaba ni siquiera un rayo de luz.
Puse la x en una esquina, la que pensaba sería mi mejor jugada y luego miré hacia atrás presintiendo que la profesora venía, esté era un instinto indispensable porque si no uno tenía que aguantarse el regaño por andar rayando a las demás niñas. Mi amiga subió su media en cuanto le avise y fingimos ignorancia hasta que la profe llegó al salón.
Hasta ahí había sido el desjuicio de aquel día, me lamenté. Pero no podía poner mala cara ese día tan brillante y resplandeciente, un día de antaño en quinto.



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